2 de junio de 2020, Argentina El arquitecto, que vislumbra grandes cambios en la lógica que vincula a megaciudades, turismo global y eventos masivos, dice que están dadas las condiciones para futuras transformaciones urbanas
Hablar con Jorge Francisco Liernur confirma no solo lo estimulante de ciertas corrientes del pensamiento, sino también la bienvenida osadía de quienes imaginan lo nuevo y descreen de lo que parece ya dado. Arquitecto, profesor emérito de la Universidad Torcuato Di Tella, historiador de la arquitectura y el arte , Liernur está convencido de que «pensar en el pasado permite pensar en el futuro», y por eso encuentra en la epidemia de fiebre amarilla que asoló Buenos Aires a fines del siglo XIX indicios para intuir los cambios urbanos y culturales que el coronavirus podría impulsar en estos comienzos del siglo XXI.
Pero no solo eso: el intelectual, que se reconoce parte de la vida urbana y de todo lo que ella implica, considera que llegó el momento de relativizar las bondades de las megaciudades . Más allá de la amenaza pandémica y el impacto que tendrá en las grandes aglomeraciones, Liernur cuestiona la especulación inmobiliaria que anima la «competencia entre ciudades globales», y apunta a lo que considera una errónea concepción de la distribución humana sobre el territorio.
Respecto de nuestro país, asegura que las villas «son guetos, no son barrios integrados», y postula la necesidad de políticas a largo plazo, orientadas a descentralizar la oferta de recursos económicos y simbólicos. Desde su punto de vista, la puesta a punto de tecnologías ligadas a la conectividad y lo virtual tendría que ser el punto de partida para imaginar un mundo que supere el hacinamiento de las grandes metrópolis.
¿Esta pandemia marcará un antes y un después?
La pregunta en realidad es: ¿vamos a tener una actitud de aquí en adelante como que esto fue algo pasajero? ¿O vamos a partir de la idea de que, sumada a las que se produjeron hace poco, esta pandemia es una más dentro de una serie que va a seguir? Para pensar algo, yo parto de esa segunda posibilidad. Creo que vamos a tener mucho cuidado en cómo seguir de aquí en adelante, en un mundo en el cual todo se globaliza y también se globalizan las pandemias a una velocidad impresionante.
¿La epidemia de fiebre amarilla de fines del siglo XIX ofrece pistas para pensar la actualidad?
Pensar en el pasado te permite pensar en el futuro. Esa epidemia tuvo consecuencias a dos niveles, urbano y cultural. Respecto de lo urbano, promovió la construcción de instalaciones que la ciudad no tenía: redes cloacales y de agua corriente. Hubo, además, nuevas reglamentaciones. Antes de la fiebre amarilla, los conventillos podían tener cualquier número de habitaciones; a partir de ahí se redujo la cantidad de habitaciones que podían tener. Esto se combinó con otros factores, que tienen que ver con la especulación edilicia y una mayor accesibilidad a los tranvías. Las tres condiciones unidas generaron lo que conocemos como la expansión de la población que estaba aglomerada en el centro de la ciudad hacia lo que en ese entonces era la periferia. Fue una consecuencia importantísima, que trajo cosas muy convenientes. La gente salía de tener que convivir de manera hacinada a poder tener una vivienda en la periferia de la ciudad. Esa vivienda se fue construyendo como lo que conocemos como casa chorizo. Eso nunca habría podido ocurrir sin esa conjunción de presiones y posibilidades técnicas.
¿Y en la dimensión cultural?
Se construyó la idea de la higiene, se impusieron hábitos y objetos diferentes. La posibilidad de tener agua corriente y las necesidades de tipo higiénicas generaron la aparición de dispositivos como el inodoro, la idea de bañarse todos los días. Hasta entonces, las casas estaban llenas de molduras, de muebles muy trabajados, cortinados, telas. Todo eso tendió a desaparecer, porque acumulaba suciedad, se transformaba en posible depositorio de problemas sanitarios. La estética blanca que surge después de los años 20 viene también de ahí. Yo la he llamado «la estética de la lavabilidad», esa idea de que todo tiene que ser lavable, higienizable. De modo similar, en el terreno de la moda desaparecieron los vestidos largos, de arrastre. Los cambios fueron enormes, en distintos planos. Por eso no me extrañaría que lo que está pasando afecte a largo plazo los comportamientos.
¿Qué futuro les espera a las megaciudades?
En esto sigo el pensamiento del británico David Harvey. Él señala tres momentos: uno a finales del siglo XIX, que coincide con lo que analizábamos antes, otro después de la crisis del 30 y otro después de la crisis de 2008. Lo que él dice es que se genera una acumulación, un exceso de capital, que antecede a las crisis, y se sale de las crisis cuando se encuentran formas de inversión para ese capital. La gran transformación urbana encabezada por París a fines del siglo XIX tuvo que ver con la crisis económica que generó que esos fondos se derivaran a la transformación urbana. El segundo gran cambio es el que, según Harvey, encabezaría la transformación de Estados Unidos a partir de la expansión del automóvil y las autopistas. Desde hace años viene diciendo que lo está ocurriendo en estas últimas décadas es otra crisis de exceso de acumulación de un capital que se ha ido a colocar en el desarrollo de las «ciudades globales» o megaciudades. Un caso clarísimo es Dubai. Son urbes que requieren un gigantesco desplazamiento de capital e inversiones, una cantidad infernal de equipamiento que las hace atractivas: aeropuertos, restaurantes, megacruceros, hoteles, parques temáticos, grandes centros de convenciones, museos. Uno no va a Nueva York solo porque está el Empire State, uno va porque están el MoMA, el Guggenheim, las grandes exposiciones, los musicales. Precisamente, Harvey sostiene que el fenómeno de las ciudades globales está ligado a lo que llama «consumismo de mínimo tiempo de facturación». Y el epítome de ese tipo de consumismo es el turismo. Personas de distintas partes del mundo a las que les resulta inaccesible la vivienda -porque, paradójicamente, la carestía en la vivienda tiene que ver con estos procesos- deciden invertir sus excedentes en cosas que se pueden disfrutar rápidamente. Entre 2010 y 2018, el turismo pasó de 800 milllones a 1400 millones de personas en el mundo. Una de las primeras cosas que se puso en crisis con la pandemia es ese enorme desplazamiento de personas, y junto con eso todo el sistema de megaciudades. Si el razonamiento de Harvey es correcto, y a mí me parece que lo es, va a haber un cambio importantísimo en estas dinámicas.
Cambio que probablemente potencie la recesión que se viene.
Por supuesto. La última ampliación del MoMA, ¿por qué se hizo? No solamente porque tenga colecciones, que siempre las ha tenido, sino también porque necesitaba mayores espacios para mayor cantidad de público. Lo mismo pasa con los grandes eventos, megaconciertos, raves . O el deporte, que cada vez tiende más al movimiento global de personas.
¿Esta crisis podría inaugurar un nuevo tipo de ciudad?
Las metrópolis, las grandes concentraciones humanas, tenían un sentido: eran el lugar donde el capital circulaba más velozmente. Esa es la razón fundamental de por qué se formaron. Ahora bien, en el mundo actual eso se pone en cuestión; el capital no las necesita para circular. Si las megaciudades han sobrevivido, es porque se convirtieron en grandes lugares de inversión y especulación inmobiliaria. Crece la inversión para potenciar los grandes centros urbanos y con eso viene la especulación. En Nueva York hay zonas cada vez más caras porque cada vez se hacen más inversiones para hacerla atractiva. Es un círculo: esas construcciones no son para los pobres de Nueva York; son construcciones hechas a escala mundial, con precios mundiales.
Lugares para el mundo, pero no para la gente que los habita.
De todos modos, el territorio empieza a tener un papel diferente y se hace cada vez más posible impulsar ciclos económicos en lugares que no sean exclusivamente metropolitanos. No es casual que hace unas semanas se haya cerrado, en Nueva York, la última exposición del Guggenheim, organizada por Rem Koolhaas, uno de los más talentosos y prestigiosos arquitectos contemporáneos. La exposición estaba dedicada a la importancia del territorio, lo que ellos llaman countryside , y presentaba experiencias de transformación agrícola y de relación con lo urbano en distintas partes del mundo. Hay ahí muchas cosas para pensar, que además están posibilitadas por el cambio tecnológico. Pensemos en un lugar como Iruya, en Salta: no era lo mismo estar en conexión con el mundo desde Iruya hace treinta años que estar en conexión directa con el mundo desde Iruya, hoy. Esto tiene que ver con la pandemia y el riesgo de las grandes aglomeraciones urbanas. ¿Vamos a seguir perdiendo la posibilidad de estimular estos cambios?
¿Conoce ejemplos que vayan en este sentido?
Ahora suena paradójico, pero uno de los casos que venía observando es China, donde desde hace años se vienen impulsando estas cosas. Por ejemplo, universidades creadas en ambientes agrícolas, que combinan actividades agrícolas con actividades universitarias. Otro caso para atender es Alemania. Allí las universidades son públicas, pero tienen un sistema que implica que vos podés acceder a tu universidad de preferencia si te dan los puntos. Si no, podés hacer tu carrera, pero en la ciudad que te toque de acuerdo con tu desempeño en la secundaria. Esto implica una consideración distinta del territorio, pero también implica políticas generales, de tipo estructural.
El famoso largo plazo.
Bueno, mucha gente considera que esta pandemia es un shock histórico, habrá que comportarse históricamente.
¿Realmente dejaremos de lado la masividad?
Hay lugares y actividades que necesitan de la relación directa, por ejemplo el teatro. Quizás haya restricciones y eso genere procesos imaginativos, obras que no requieran de la aglomeración. Es pensable que algo así pueda ocurrir. Ni hablar del trabajo en casa, que seguramente reciba un impulso muy fuerte. Lo mismo en la educación: hay procesos en los que lo presencial es insustituible, pero hay otros en los que se puede recurrir a la virtualidad. Es probable, también, que decaiga el turismo global a favor del desplazamiento de las personas en áreas más controladas, nacionales o regionales. ¿Por qué no concebir un countryside , un interior, diferente? No son cosas para un mañana inmediato, pero hay que pensarlas. Te aclaro que no soy antiurbano. Pero me parece que al instalarse la idea de la competencia entre las ciudades globales, las preocupaciones, en lugar de orientarse a los requerimientos locales, se concentran en ver cuántas más convenciones internacionales se pueden hacer en Buenos Aires, cuánto más teatro para que vengan los turistas, cuántos más hoteles, y así.
Otra cuestión que puso de relieve la pandemia es el hacinamiento en las villas.
Me parece fundamental cómo la pandemia está mostrando que por detrás de la cosmética del mejoramiento de la plaza, de la calle o de la fachada, hay un tema de higiene, de hacinamiento, que no se está tratando. La existencia de miles de personas que viven de este modo en los espacios urbanos, es el síntoma; el problema es la desigualdad territorial. Con un territorio más razonablemente ocupado, la gente no tendría necesidad de ir a concentrarse a un lugar que concentre el disfrute económico o cultural.
¿Está de acuerdo con denominarlas «barrios»?
Creo que es una manera de ocultar que son guetos; no son barrios integrados, por más que les pongamos ese título. Hay dos posibilidades: o se sigue manteniendo la indigencia y las razones por las cuales estos compatriotas viven allí, o se los expulsa y se gentrifica esas zonas. Las dos opciones son horribles. La pandemia muestra que el tema fundamental del hacinamiento no está tocado. El hacinamiento se resuelve con mejores condiciones urbanas: no es solo construir viviendas, es construir ciudad. Quisiera agregar otra cuestión: pensar la ciudad de Buenos Aires sin el área metropolitana, sin el AMBA, es una ficción jurídica. Lo estamos viendo ahora. La ciudad de Buenos Aires existe para la ilusión de algunos, pero no existe desde el punto de vista sanitario o de transportes. En realidad, son un conjunto, ciudad y AMBA.